El profesor y el efecto Pigmalión en las aulas
Ocho años a. C. Ovidio[1] el más fecundo de los poetas latinos, nos cuenta el mito griego de Pigmalión, quien rey de Chipre y a su vez un excelente escultor, en una ocasión tomó un bloque de mármol y comenzó a esculpir la mujer de sus sueños; culminado su propósito, se percató que la estatua era tan bella y perfecta, enamorándose perdidamente de ella a tal extremo que la trataba como si fuese real. El mito continúa cuando Afrodita al conmoverse por el inmenso amor que éste sentía por la estatua, le concede la gracia y la escultura cobra vida después de un sueño de Pigmalión. Así nació Galatea, su mujer ideal.
Esta figura mitológica, ha dado lugar a un concepto importante en la Psicología Social conocido como “el efecto Pigmalión o la profecía autocumplida”, para describir el fenómeno psicológico “mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera en su conducta que la segunda tiende a confirmarlas”.
Hasta hoy, no son pocos los estudios sobre todo de psicólogos y pedagogos que estarían confirmando el efecto Pigmalión, así podemos mencionar la experiencia de Robert Rosenthal y Lenore Jacobson que en 1964[2] realizaron un experimento en una escuela de una pequeña ciudad californiana. Para eso dieron a los profesores una relación de alumnos diciéndoles que tenían una capacidad superior para el aprendizaje y la creatividad, los mismos que habrían sido seleccionados mediante un test muy confiable; sin embargo, todos habían sido elegidos al azar. Culminado el curso, se comprobó que el grupo experimental considerado por sus profesores como los más capacitados, realizó mayor avance intelectual que el resto.
Los resultados arriba mencionados, se explican por la creencia de los profesores de trabajar con un grupo de estudiantes muy inteligentes y creativos generándose casi inconscientemente una expectativa positiva en cuando a su performance. Bien, pero trasladando lo manifestado a nuestra práctica pedagógica cotidiana y ahora que iniciamos un nuevo año académico, nos planteamos las siguientes interrogantes:
¿Cuáles son las expectativas que tenemos con nuestros estudiantes y como influyen en su desempeño y rendimiento académico?
¿Qué debe hacer un docente para lograr el efecto Pigmalión en sus estudiantes?
1. En un intento de responder la primera interrogante diremos: Es una constante por ejemplo que al finalizar el primer día de clases, un docente termina no sólo con anhelos y expectativas positivas sobre sus estudiantes, sino también con prejuicios y pronósticos negativos como: “vienen muy limitados del grado anterior”, “no van a rendir como quisiera” e incluso ya tiene definido su situación final “estoy seguro que la mayoría van a reprobar”. Lo preocupante es que este tipo de anticipaciones van a influir negativamente en el trabajo posterior del maestro, incidiendo necesariamente en el poco aprendizaje del estudiante y lo más terrible como lo plantea la psicología, haciendo que estas profecías terminan cumpliéndose.
2. Por otro lado, como respuesta a la segunda interrogante y para cambiar el escenario anterior, planteamos que el docente es quien tiene la tarea y la responsabilidad principal, debiendo en primer lugar revisar sus expectativas pues muchas veces se actúa en forma incomprensible y contradictoria. Paralelamente deberá implementar una serie de cambios en sus actos y actitudes, que le permitan estar más cerca a las expectativas e intereses de sus estudiantes identificando cualquier signo de capacidad, de talento y valorar las mínimas aportaciones que estos hagan en el desarrollo de las sesiones.